Libre pensador.

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No soy un hombre, soy un campo de batalla.

sábado, 19 de abril de 2025

 

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A propósito de la Semana Santa...

 

SANTO ECCE HOMO PATRONO DE VALLEDUPAR: DE LAS CREENCIAS

 

POPULARES A UNA PETICIÓN FRUSTRADA.

 

Por: Elizabeth Miranda Guerra

Maestra







Son las seis y diecisiete minutos de la noche, de hoy 14 de abril de

2025. Es lunes santo, y, el cansancio no asoma en la fe de los

convencidos creyentes. El murmullo, ya zumbido de abejas

rabiosas, aumenta a medida que llegan frenéticamente más y más

fervorosos. Están abarrotados desde las tres de la madrugada en la

Iglesia de La Inmaculada Concepción. Ésta al parecer, se construyó

en el siglo XVII y junto a ella, se hizo un convento de monjas,

rodeados de caserones; en toda la amplia esquina nororiental de la

Plaza Alfonso "Lópe" (Pumarejo, pero nadie, ningún vallenato la

nombra así), de frente en diagonal, a la Tarima Francisco "el

hombre”; primer espacio a cielo abierto, convertido en templo del

"Festival de la leyenda Vallenata".

El Santo Ecce Homo (¡“éste es el hombre” o “he aquí el hombre” ...!

según los estudiosos de lenguas antiguas, lenguas muertas, que le

han dado en llamar, parecen viperinas porque aún hablan)

“suda” ...y de qué manera...! Y con la afluencia de pagadores de

mandas -muchos llegan de rodillas, en una muestra de

agradecimientos, que es una verdadera cuestión de fe, porque se

abren paso, con la carne viva en las rodillas- el sudor del Patrono,

se vuelve tibio y grueso, aceitoso oscuro.



Un grupo de "elegidos" eternos, -ya hasta parece que han

“enniñecido” en esa labor-, por iniciativa propia, se constituyeron

en "dueños del derecho a sucesión”, se suplen de generación en

generación, y, otros de colados, que a veces repiten, porque se

agarran de lo que sea; se turnan para "secar el sudor" con bandas

de algodón, que, de pasar de manos en manos, del prístino color

blanco muta a amarillento. Por ahí, dicen que lo venden y hasta

envían pal exterior, por el “poder curativo”, que tiene. 

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Mi mamá (la vieja Mérita), nos hacía levantar casi a media noche a

toda la recua (mis dos hermanos de sangre, uno de crianza, la Cuchi

una prima ahijada que creció con nosotros, dos primos que, junto a

un vecino de en frente, habían recalao en la casa y nunca se

devolvieron pa' la suya); para en grupo, ir a la primera misa. No sé

por qué, ella nos trasnochaba cada año, si la iglesia nos quedaba a

pocas cuadras. Entrábamos apretaos, más apretaos que traje de

torero, tan apretaos que uno sentía con el roce, la ralladura de las

telas de la ropa de los otros en la piel y ardía. Los poros se

desbordaban.

 

Ya, logrando pasar cuánto obstáculo, llegar al cerco casi de guardia

pretoriana, era como subir la “vara e ‘premio de pueblo” y un

privilegio, estar tan cerca de quienes protegían al Santo Ecce Homo,

sin que nadie se perdiera –o, se volara_ y verificado por mí mamá,

que estábamos completos, veíamos con ojos de asombro al santo,

que era el mismo de todos los años, pero según los cuidadores,

sudaba más.


Un vendaval de preguntas me carcomía la curiosidad. Ese paseo de

las manos con la bandita de algodón, hacia arriba y hacia abajo, por

la pierna derecha, que hace cruce con la izquierda en una leve

inclinación, de un ángulo de cincuenta grados, me llamaba la

atención. “Es para secar el sudor”. Me decía mi mamá despacito en

el oído, sin que yo hiciera ninguna pregunta. La verdad sea dicha:

yo no veía ningún hilo de sudor y menos un charco -que según la 

gente ahí de pie, se deslizaba en abundancia hacia el pie en reposo-

y mi mamá insistía, en querer pasar un rollito de algodón para 

guardarlo en un frasco. Ese era su cometido y corone. Debía estar

bien protegido. Era casi un trofeo, pero bendito. Ese pedacito de

tela blancoamarillento era "la tapa" para cualquier dolor. Sobre

todo, el dolor de cabeza y ni qué decir de un dolor de muela a

media noche. Servía para todo.

Mi hermano Humberto Enrique, padecía de unas alergias

repentinas y una vez, le ha entrado esa rasquiña enloquecedora,

que no lo contentaba ni un boli de mango –o sea, que la cosa era

seria-. 

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Mi mamá enseguida “voló” a la repisa a buscar el frasco donde

guardaba el algodón bendito y milagroso, y, entre otras

curiosidades, tenía: una botella con el ron de contra, un frasco

chiquitico donde estaba un nidito del pájaro “macuá” (ella decía

que pa ́ la buena suerte), una botellita con cuatro plumas de gallina

negra y ahí mismo tres pelos de gato negro, un frasco gordito con

un huevo de pata negra y unos diez velones de todos los colores,

amarraos cada uno, con una cinta morada, que había usado de

cinturón Iván mi primo, quien pagaba una manda vestío de

nazareno, con pelo largo y todo, porque “ique” nació con las

piernas tiesas como unos bolillos y juraban y perjuraban que no iba

a caminar. Ahí está Iván, más andariego que Chepo, hasta buen

jugador fútbol en el campo llamado El Dengue y más caminante no

puede ser. Dicen que se hizo el milagro. La vieja mía, volteó la

repisa, miró pa ́ un lado y pal otro, y pa ́ los cuatro rincones del

cuarto y no apareció el frasco de vidrio, donde guardaba el algodón

sudao de santo Ecce Homo. Ya, con la paciencia robada por la

frustración rabiosa, le zampó una patá a la repisa y ahí si fue...Mi

hermano ya estaba tan hinchao, tanto que parecía un sumo

japonés.

Le tocó a la vieja, salir con el "Chéchere" -sobre nombre de mi

padrastro- y toda la tropilla -porque no nos dejaban solos- en un

camión Chevrolet de su propiedad, al filo de la media noche, para

la casa del Dr Cristóbal Celedón Benjumea. Era cachete soplao y

usaba un bigote que lo hacía parecerse a Capulina. En esa época,

cualquiera podía ir a la casa de los médicos y ellos abrían la puerta

sin recelo y atendían sin molestarse. A veces ni cobraban y además

al siguiente día, iban a casa del paciente. Recuerdo que le puso una

primera ampolla de celestamine o celestón o celestone, una vaina

así... Al rato ya el travieso muchacho, estaba mejorando.

Cumplido el ciclo de las tres ampollas, superó la situación. Estuvo a

punto de hacer un shock anafiláctico. Eso lo supe, muchos años

después, cuando en esos momentos íntimos de familia, se pone

uno a hablar con los hijos de historias, anécdotas, relatos, cuentos



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de la vida y Tania, una de mis hijas, ya graduada de anestesióloga

me lo dijo.

Santo Ecce Homo, el Patrono de Valledupar, tiene una fama

extendida y al parecer bien ganada. Nada más es, ver la catajarria

de manillitas que le guindan al santo en la mano derecha -porque la

izquierda, en la que sostiene una misteriosa hoja larga de papel

enrollada, la tiene escondía tras la espalda-, con: piernas, cabezas,

brazos, mujercitas embarazadas, niñitos recién nacidos,

hombrecitos de rodillas, sillitas de rueda, carritos, motos,

avioncitos, y más, todos de oro -no puede ser menos-, "pruebas"

irrefutables de los infinitos milagros que ha cuajao en el pueblo

vallenato, pa' to' mundo; todas las razas y clases sociales. Ahí caben

todos: Tirios y Troyanos.

El exótico mundo vallenato, su magia, sus imaginarios, sus

aconteceres, sus misterios, su sierra nevada sentada con paciencia

y vigilante, su hablador Río Guatapurí, sus caminos, sus

leyendas...todo, absolutamente todo, gira en su propio eje y globo,

se eleva y cae desde su propia burbuja, da vueltas en su

universo/diverso; y en cálculo milimétrico bajo la mirada

protectora, controladora y celosa de "ese hombre"; que ha

permanecido ahí, de pie, incansable, con mirada profunda y

extrospectiva. Nada se sale de sus manos. Por eso, cuando en los

años setenta, hubo una larga y agrietada sequía en las amplias y

extensas tierras, no sólo de los alrededores del valle del Cacique,

sino que abarcó, hasta las inmensas sabanas de Codazzi (la ciudad

blanca para entonces), Becerril y otros suelos; se interrumpió la

tranquilidad, el sosiego, el reposo, la placidez. Y lo más grave: hasta

las parrandas; se detuvo la inspiración de los compositores, porque

la musa se escondió. Y en esa época Rafael Escalona, sembraba

era arroz y de ñapa le cayó una gusanera, que no aguantó el

tiestazo económico y se declaró en quiebra...

A los algodoneros, se les acabó el aguante y a muchos también el

cabello. Ya habían pasado cinco meses, cada uno de cincuenta días 

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y no hallaban qué hacer. Las deudas se apilaban, las esposas

exigían, las "querías" pedían más que la "oficial", no había pago pa'

los recolectores de algodón, que llegaban por bojote, desde los

pueblos de Córdoba y Bolívar; también de los municipios de la

Antioquia que colindaban con los departamentos mencionados. La

cosa estaba pelúa. ¡Hasta que se acordaron del Patrono y perenne

celador de Valledupar...! ¡El Santo Ecce Homo...! ¡El Ecce Homo...!

¡El Ecce Homo...!

Organizaron una comisión, para ir a conversar con el padre Becerra,

(Armando Napoleón Becerra Morón, nacido y criao en San Diego,

municipio del Dpto del Cesar, falleció en el 2024 a la edad de

noventa y cuatro años). Él, era para entones, el sacerdote a cargo

de la Iglesia de La Concepción, domicilio eterno, perenne del Santo

Ecce Homo.

 

La charla giró alrededor de la cruel sequía, el veranazo castigo y la

urgente necesidad de que el Santo Ecce Homo, obrara un milagro;

propiciando todas las condiciones para que cayeran unos jugosos

aguaceros, que calmaran la sed de la tierra y le sobrara hasta lo

suficiente, para que tampoco se ahogara el sembrado y se

estropeara la cosecha de algodón...

El padre Becerra, escuchó con atención sesuda la exposición de

motivos, las razones urgentes de que el Patrono actuara en favor

de los algodoneros y la promesa, de que en la próxima semana

santa, el lunes santo, su día, se engalanaría la Plaza Alfonso "Lópe"

como nunca, y, los algodoneros se turnarían de seis en seis, para

cargar el Santo, lo pasearían por donde nunca lo habían

procesionado, por una ruta nueva y más larga -en esa época,

Valledupar era todo, una "divina calle empedrada"-, para que a los

ojos de todos, quedara mostrado y demostrado, que “a milagro

hecho, promesa cumplida”.

Después de oír las quejumbres, los lamentos, los ayayay de la pila

 

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de algodoneros que constituía la comisión, el sacerdote, -dicen las

malas lenguas- alzó la voz y dijo:

Buenooooooo...! y después de todo... cuánto van a donar a la

iglesia por el favor que les hará el Santo patrono???

Todos los ojos espernancaos cayeron en la blanca pared, frente al

círculo de asistentes y un ruidoso silencio, -por fortuna corto- tuvo

su fin, cuando Juan Camilo Morón, alzó la voz quebrada por la

emoción y dijo:

- ¡Bueno padre Becerra, con toda la situación que estamos

viviendo, que tú bien sabéi, veeee que estamos más pelaos que

sobaco e ́ rana, propongo con sensatez, aquí a mis amigos y

paisanos, hacer una colecta ...porque sacar al Santo Ecce Homo es

una necesidad, además que es el patrono de Valledupar, acudimos

a él, porque ya esto va muy largo y de seguir así, nos agarra el otro

año sin sembrar. Vamos directo a la ruina.

 

Se hizo la algarabía de pericos en tardecitas, alistándose para el

descanso nocturno... todos murmullando, cuando de repente otra

vez, se escuchó fuerte y clara la voz del cura:

-Veeee Juan Camilo, y de cuánto sería esa colecta?

Y Juan camilo respondió con euforia, en la voz sabor a triunfo y

sensación de “todo está resuelto”:

 

¡Bueno padre... hemos decidido hacer un gran esfuerzo, porque la

situacion lo amerita, estamos de acuerdo que la colecta y donación

sea de cinco mil pesos...!

Todos en coro: ¡Siiiiiii...siiiii padre Becerra...! ¡Así es...Estamos de

acuerdo...!!

 

El sacerdote –cuentan quienes se imaginan-, se pasó la mano por la

frente despacito, como contándose las arrugas y después de una

espera que pareció eterna contestó:

 

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Ambúúúúaaaaaa mijitooooooo...! ¡Con cinco mil ni

truena...!!

¡Así que no hay milagro...! Váyanse y piensen con juicio...

Cabizbajos, desesperanzados y frustrados, salieron de la casa cural.

Mientras pasó eso, todavía en mi cabeza, me sigue dando vueltas,

el recuerdo del desafortunado evento, en el que mi mamá no

encontró el frasquito de vidrio, con el rollito de algodón milagroso,

más sudao que silla de chofer de bus urbano, para sanar el episodio

alérgico de mi hermano. Y me siento una pesa de quinientos kilos

en mi conciencia, porque mientras ella, como loca buscaba y tiraba

frascos, pateaba la repisita y zumbaba los velones al piso, en una

magistral escena (como si fuera actriz) de la adaptación al teatro de

la novela “RABIA” (del autor argentino Sergio Bizzio), a mí me daba

risa, porque veía el espectáculo colérico que protagonizaba, y en

medio de su ataque de ira, botaba espuma por la boca (tenía más

rabia que la señora patillalera de la canción de Escalona), me

daban ganas de decirle, que el frasquito con el algodón, lo había

cogido yo, para retirar los pegotes y exceso de pintauñas rojo, que

me puse un día, para irme a una pachanga con mi hermano David...

No quise correr el riesgo.

A sus noventa y dos años, más lúcida que el sol, ni sospecha que fui

la responsable del destino de la banda de algodón sudao de Santo

Ecce Homo.

Shhh...shhhhh...shhhhh....shhhhh...

Medellín, lunes 14 de abril de 2025

10:00pm

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