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A
propósito de la Semana Santa...
SANTO
ECCE HOMO PATRONO DE VALLEDUPAR: DE LAS CREENCIAS
POPULARES
A UNA PETICIÓN FRUSTRADA.
Por:
Elizabeth Miranda Guerra
Maestra
Son
las seis y diecisiete minutos de la noche, de hoy 14 de abril de
2025.
Es lunes santo, y, el cansancio no asoma en la fe de los
convencidos
creyentes. El murmullo, ya zumbido de abejas
rabiosas,
aumenta a medida que llegan frenéticamente más y más
fervorosos.
Están abarrotados desde las tres de la madrugada en la
Iglesia
de La Inmaculada Concepción. Ésta al parecer, se construyó
en
el siglo XVII y junto a ella, se hizo un convento de monjas,
rodeados
de caserones; en toda la amplia esquina nororiental de la
Plaza
Alfonso "Lópe" (Pumarejo, pero nadie, ningún vallenato la
nombra
así), de frente en diagonal, a la Tarima Francisco "el
hombre”;
primer espacio a cielo abierto, convertido en templo del
"Festival
de la leyenda Vallenata".
El
Santo Ecce Homo (¡“éste es el hombre” o “he aquí el hombre” ...!
según
los estudiosos de lenguas antiguas, lenguas muertas, que le
han
dado en llamar, parecen viperinas porque aún hablan)
“suda”
...y de qué manera...! Y con la afluencia de pagadores de
mandas
-muchos llegan de rodillas, en una muestra de
agradecimientos,
que es una verdadera cuestión de fe, porque se
abren
paso, con la carne viva en las rodillas- el sudor del Patrono,
se
vuelve tibio y grueso, aceitoso oscuro.
Un
grupo de "elegidos" eternos, -ya hasta parece que han
“enniñecido”
en esa labor-, por iniciativa propia, se constituyeron
en
"dueños del derecho a sucesión”, se suplen de generación en
generación,
y, otros de colados, que a veces repiten, porque se
agarran
de lo que sea; se turnan para "secar el sudor" con bandas
de
algodón, que, de pasar de manos en manos, del prístino color
blanco
muta a amarillento. Por ahí, dicen que lo venden y hasta
envían
pal exterior, por el “poder curativo”, que tiene.
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Mi
mamá (la vieja Mérita), nos hacía levantar casi a media noche a
toda
la recua (mis dos hermanos de sangre, uno de crianza, la Cuchi
una
prima ahijada que creció con nosotros, dos primos que, junto a
un
vecino de en frente, habían recalao en la casa y nunca se
devolvieron
pa' la suya); para en grupo, ir a la primera misa. No sé
por
qué, ella nos trasnochaba cada año, si la iglesia nos quedaba a
pocas
cuadras. Entrábamos apretaos, más apretaos que traje de
torero,
tan apretaos que uno sentía con el roce, la ralladura de las
telas
de la ropa de los otros en la piel y ardía. Los poros se
desbordaban.
Ya,
logrando pasar cuánto obstáculo, llegar al cerco casi de guardia
pretoriana,
era como subir la “vara e ‘premio de pueblo” y un
privilegio,
estar tan cerca de quienes protegían al Santo Ecce Homo,
sin
que nadie se perdiera –o, se volara_ y verificado por mí mamá,
que
estábamos completos, veíamos con ojos de asombro al santo,
que
era el mismo de todos los años, pero según los cuidadores,
sudaba
más.
Un
vendaval de preguntas me carcomía la curiosidad. Ese paseo de
las
manos con la bandita de algodón, hacia arriba y hacia abajo, por
la
pierna derecha, que hace cruce con la izquierda en una leve
inclinación,
de un ángulo de cincuenta grados, me llamaba la
atención.
“Es para secar el sudor”. Me decía mi mamá despacito en
el
oído, sin que yo hiciera ninguna pregunta. La verdad sea dicha:
yo
no veía ningún hilo de sudor y menos un charco -que según la
gente
ahí de pie, se deslizaba en abundancia hacia el pie en reposo-
y
mi mamá insistía, en querer pasar un rollito de algodón para
guardarlo
en un frasco. Ese era su cometido y corone. Debía estar
bien
protegido. Era casi un trofeo, pero bendito. Ese pedacito de
tela
blancoamarillento era "la tapa" para cualquier dolor. Sobre
todo,
el dolor de cabeza y ni qué decir de un dolor de muela a
media
noche. Servía para todo.
Mi
hermano Humberto Enrique, padecía de unas alergias
repentinas
y una vez, le ha entrado esa rasquiña enloquecedora,
que
no lo contentaba ni un boli de mango –o sea, que la cosa era
seria-.
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Mi
mamá enseguida “voló” a la repisa a buscar el frasco donde
guardaba
el algodón bendito y milagroso, y, entre otras
curiosidades,
tenía: una botella con el ron de contra, un frasco
chiquitico
donde estaba un nidito del pájaro “macuá” (ella decía
que
pa ́ la buena suerte), una botellita con cuatro plumas de gallina
negra
y ahí mismo tres pelos de gato negro, un frasco gordito con
un
huevo de pata negra y unos diez velones de todos los colores,
amarraos
cada uno, con una cinta morada, que había usado de
cinturón
Iván mi primo, quien pagaba una manda vestío de
nazareno,
con pelo largo y todo, porque “ique” nació con las
piernas
tiesas como unos bolillos y juraban y perjuraban que no iba
a
caminar. Ahí está Iván, más andariego que Chepo, hasta buen
jugador
fútbol en el campo llamado El Dengue y más caminante no
puede
ser. Dicen que se hizo el milagro. La vieja mía, volteó la
repisa,
miró pa ́ un lado y pal otro, y pa ́ los cuatro rincones del
cuarto
y no apareció el frasco de vidrio, donde guardaba el algodón
sudao
de santo Ecce Homo. Ya, con la paciencia robada por la
frustración
rabiosa, le zampó una patá a la repisa y ahí si fue...Mi
hermano
ya estaba tan hinchao, tanto que parecía un sumo
japonés.
Le
tocó a la vieja, salir con el "Chéchere" -sobre nombre de mi
padrastro-
y toda la tropilla -porque no nos dejaban solos- en un
camión
Chevrolet de su propiedad, al filo de la media noche, para
la
casa del Dr Cristóbal Celedón Benjumea. Era cachete soplao y
usaba
un bigote que lo hacía parecerse a Capulina. En esa época,
cualquiera
podía ir a la casa de los médicos y ellos abrían la puerta
sin
recelo y atendían sin molestarse. A veces ni cobraban y además
al
siguiente día, iban a casa del paciente. Recuerdo que le puso una
primera
ampolla de celestamine o celestón o celestone, una vaina
así...
Al rato ya el travieso muchacho, estaba mejorando.
Cumplido
el ciclo de las tres ampollas, superó la situación. Estuvo a
punto
de hacer un shock anafiláctico. Eso lo supe, muchos años
después,
cuando en esos momentos íntimos de familia, se pone
uno
a hablar con los hijos de historias, anécdotas, relatos, cuentos
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de
la vida y Tania, una de mis hijas, ya graduada de anestesióloga
me
lo dijo.
Santo
Ecce Homo, el Patrono de Valledupar, tiene una fama
extendida
y al parecer bien ganada. Nada más es, ver la catajarria
de
manillitas que le guindan al santo en la mano derecha -porque la
izquierda,
en la que sostiene una misteriosa hoja larga de papel
enrollada,
la tiene escondía tras la espalda-, con: piernas, cabezas,
brazos,
mujercitas embarazadas, niñitos recién nacidos,
hombrecitos
de rodillas, sillitas de rueda, carritos, motos,
avioncitos,
y más, todos de oro -no puede ser menos-, "pruebas"
irrefutables
de los infinitos milagros que ha cuajao en el pueblo
vallenato,
pa' to' mundo; todas las razas y clases sociales. Ahí caben
todos:
Tirios y Troyanos.
El
exótico mundo vallenato, su magia, sus imaginarios, sus
aconteceres,
sus misterios, su sierra nevada sentada con paciencia
y
vigilante, su hablador Río Guatapurí, sus caminos, sus
leyendas...todo,
absolutamente todo, gira en su propio eje y globo,
se
eleva y cae desde su propia burbuja, da vueltas en su
universo/diverso;
y en cálculo milimétrico bajo la mirada
protectora,
controladora y celosa de "ese hombre"; que ha
permanecido
ahí, de pie, incansable, con mirada profunda y
extrospectiva.
Nada se sale de sus manos. Por eso, cuando en los
años
setenta, hubo una larga y agrietada sequía en las amplias y
extensas
tierras, no sólo de los alrededores del valle del Cacique,
sino
que abarcó, hasta las inmensas sabanas de Codazzi (la ciudad
blanca
para entonces), Becerril y otros suelos; se interrumpió la
tranquilidad,
el sosiego, el reposo, la placidez. Y lo más grave: hasta
las
parrandas; se detuvo la inspiración de los compositores, porque
la
musa se escondió. Y en esa época Rafael Escalona, sembraba
era
arroz y de ñapa le cayó una gusanera, que no aguantó el
tiestazo
económico y se declaró en quiebra...
A
los algodoneros, se les acabó el aguante y a muchos también el
cabello.
Ya habían pasado cinco meses, cada uno de cincuenta días
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y
no hallaban qué hacer. Las deudas se apilaban, las esposas
exigían,
las "querías" pedían más que la "oficial", no había pago
pa'
los
recolectores de algodón, que llegaban por bojote, desde los
pueblos
de Córdoba y Bolívar; también de los municipios de la
Antioquia
que colindaban con los departamentos mencionados. La
cosa
estaba pelúa. ¡Hasta que se acordaron del Patrono y perenne
celador
de Valledupar...! ¡El Santo Ecce Homo...! ¡El Ecce Homo...!
¡El
Ecce Homo...!
Organizaron
una comisión, para ir a conversar con el padre Becerra,
(Armando
Napoleón Becerra Morón, nacido y criao en San Diego,
municipio
del Dpto del Cesar, falleció en el 2024 a la edad de
noventa
y cuatro años). Él, era para entones, el sacerdote a cargo
de
la Iglesia de La Concepción, domicilio eterno, perenne del Santo
Ecce
Homo.
La
charla giró alrededor de la cruel sequía, el veranazo castigo y la
urgente
necesidad de que el Santo Ecce Homo, obrara un milagro;
propiciando
todas las condiciones para que cayeran unos jugosos
aguaceros,
que calmaran la sed de la tierra y le sobrara hasta lo
suficiente,
para que tampoco se ahogara el sembrado y se
estropeara
la cosecha de algodón...
El
padre Becerra, escuchó con atención sesuda la exposición de
motivos,
las razones urgentes de que el Patrono actuara en favor
de
los algodoneros y la promesa, de que en la próxima semana
santa,
el lunes santo, su día, se engalanaría la Plaza Alfonso "Lópe"
como
nunca, y, los algodoneros se turnarían de seis en seis, para
cargar
el Santo, lo pasearían por donde nunca lo habían
procesionado,
por una ruta nueva y más larga -en esa época,
Valledupar
era todo, una "divina calle empedrada"-, para que a los
ojos
de todos, quedara mostrado y demostrado, que “a milagro
hecho,
promesa cumplida”.
Después
de oír las quejumbres, los lamentos, los ayayay de la pila
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de
algodoneros que constituía la comisión, el sacerdote, -dicen las
malas
lenguas- alzó la voz y dijo:
Buenooooooo...!
y después de todo... cuánto van a donar a la
iglesia
por el favor que les hará el Santo patrono???
Todos
los ojos espernancaos cayeron en la blanca pared, frente al
círculo
de asistentes y un ruidoso silencio, -por fortuna corto- tuvo
su
fin, cuando Juan Camilo Morón, alzó la voz quebrada por la
emoción
y dijo:
-
¡Bueno padre Becerra, con toda la situación que estamos
viviendo,
que tú bien sabéi, veeee que estamos más pelaos que
sobaco
e ́ rana, propongo con sensatez, aquí a mis amigos y
paisanos,
hacer una colecta ...porque sacar al Santo Ecce Homo es
una
necesidad, además que es el patrono de Valledupar, acudimos
a
él, porque ya esto va muy largo y de seguir así, nos agarra el otro
año
sin sembrar. Vamos directo a la ruina.
Se
hizo la algarabía de pericos en tardecitas, alistándose para el
descanso
nocturno... todos murmullando, cuando de repente otra
vez,
se escuchó fuerte y clara la voz del cura:
-Veeee
Juan Camilo, y de cuánto sería esa colecta?
Y
Juan camilo respondió con euforia, en la voz sabor a triunfo y
sensación
de “todo está resuelto”:
¡Bueno
padre... hemos decidido hacer un gran esfuerzo, porque la
situacion
lo amerita, estamos de acuerdo que la colecta y donación
sea
de cinco mil pesos...!
Todos
en coro: ¡Siiiiiii...siiiii padre Becerra...! ¡Así es...Estamos de
acuerdo...!!
El
sacerdote –cuentan quienes se imaginan-, se pasó la mano por la
frente
despacito, como contándose las arrugas y después de una
espera
que pareció eterna contestó:
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Ambúúúúaaaaaa
mijitooooooo...! ¡Con cinco mil ni
truena...!!
¡Así
que no hay milagro...! Váyanse y piensen con juicio...
Cabizbajos,
desesperanzados y frustrados, salieron de la casa cural.
Mientras
pasó eso, todavía en mi cabeza, me sigue dando vueltas,
el
recuerdo del desafortunado evento, en el que mi mamá no
encontró
el frasquito de vidrio, con el rollito de algodón milagroso,
más
sudao que silla de chofer de bus urbano, para sanar el episodio
alérgico
de mi hermano. Y me siento una pesa de quinientos kilos
en
mi conciencia, porque mientras ella, como loca buscaba y tiraba
frascos,
pateaba la repisita y zumbaba los velones al piso, en una
magistral
escena (como si fuera actriz) de la adaptación al teatro de
la
novela “RABIA” (del autor argentino Sergio Bizzio), a mí me daba
risa,
porque veía el espectáculo colérico que protagonizaba, y en
medio
de su ataque de ira, botaba espuma por la boca (tenía más
rabia
que la señora patillalera de la canción de Escalona), me
daban
ganas de decirle, que el frasquito con el algodón, lo había
cogido
yo, para retirar los pegotes y exceso de pintauñas rojo, que
me
puse un día, para irme a una pachanga con mi hermano David...
No
quise correr el riesgo.
A
sus noventa y dos años, más lúcida que el sol, ni sospecha que fui
la
responsable del destino de la banda de algodón sudao de Santo
Ecce
Homo.
Shhh...shhhhh...shhhhh....shhhhh...
Medellín,
lunes 14 de abril de 2025
10:00pm